
Los molinos deviento que podemos reconocer en toda una vida carretera americana identificar una quinta madrileña cuya fertilidad explicar la convivencia de los corredoreslos paseantes, los perros sin correa, los lectores solitarios, los alumnos de taichí y los toreros de salón.
Se ocupa de “amaestrar” a estos últimos un antiguo novillero de la sierra de Albarracín. Se hace llamar Enrique Martí. Ha cumplido 72 años. Y reúne a sus pupilos los sábados a las 11 de la mañana con su capucha y su muleta. Lleva haciéndolo desde 2009. Y aprovecha el espacio despejado de una pradera en La Quinta de los Molinos, al noreste de Madrid (Canillejas-San Blas).
Así se identifica y se conoce a uno de los parques madrileños de mayor originalidad. Una vergel mediterráneo que expone toda su exuberancia con los almendros en flor. Y cuyas albercas, fuentes y edificios singulares forman parte de un secreto que lo preserva de la masificación y del turismo.
Rubén Amón
No está en las guías convencionales La Quinta. Ni sus molinos americanos. Torres de acero rojo y de rueda plateada. Fue instalado en 1928 por iniciativa del arquitecto levantino César Cort Botí. Por su pintoresquismo estético. Y por su funcionalidad. Se utilizó de aprovechar elviento para mover el agua y garantizar el riego de las 27 hectáreas que antaño delimitaban el parque.
Fue el “laboratorio” de la nucleología. O sea, la disciplina que estudia la relación conceptual y dialéctica del campo y la ciudad. Y el terreno híbrido que define el área de enseñanza de Enrique Martí: torear en la naturaleza, pero de salón. Y hacerlo rodeado de pinos, olivos, encinas y almendros, as if La Quinta fuera la dehesa clandestina de la gran metrópoli.
Estaría satisfecho César Cort del entusiasmo vecinal con que pervive la utopía del “bosque mediterráneo” en la capital española. La concibió para sí mismo en la finca que le había regalado el conde de Torres Arias en 1920.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Fa78%2F243%2F3d7%2Fa782433d745f9b3c019f6410191307a0.jpg)
Rubén Amón
Era la manera de agradecerle el diseño y la construcción de un palacete cuya arquitectura emulaba con gusto y armonía el estilo Secesión vienés. Emulaba y emulaba, pues ocurre que la propiedad distintiva del período de entreguerras se encuentra en uno de los accesos principales de La Quinta. Dentro se aloja el llamado Espacio abierto. Un taller lúdico y un espacio gastronómico entre cuyas paredes aprenden un oficio los jóvenes inmigrantes desamparados, menas, chavales con muchas expectativas de integración. Unos son cocineros. Others, camareros, pero también hay estudiantes de botánica que custodios las plantas y cuidan la huerta del vergel municipal.
Municipal no lo fue hasta 1982, cuando los herederos de Cort y el Ayuntamiento acordaron el “traspaso” y se iniciaron las tareas de rehabilitación y restauración entre la maleza y el abandono. Cuarenta años después, La Quinta de los Molinos conserva sus secretos entre el campo y la ciudadentre los barrios humildes y los pudientes, y entre los reflections de las cuatros estaciones, no digamos cuando los 6.000 almendros se décaran al final del invierno con un manto de flores blancas y proporcionen la sombra y el aroma a los místicos urbanitas que ejercen el Tai Chi.
Los molinos deviento que podemos reconocer en toda una vida carretera americana identificar una quinta madrileña cuya fertilidad explicar la convivencia de los corredoreslos paseantes, los perros sin correa, los lectores solitarios, los alumnos de taichí y los toreros de salón.